viernes, 25 de mayo de 2012

MARTHA ASUNCIÓN ALONSO [6.909]




Martha Asunción Alonso 

(Madrid, 1986) 

Autora de los poemarios Skinny Cap (Libros de la Herida, 2014), La soledad criolla (RIALP, 2013, Premio Adonáis de Poesía), Detener la primavera (Hiperión, 2011, Premio Antonio Carvajal de Poesía Joven), Crisálida (Alhulia, 2010, Premio de Poesía Voces Nuevas del Ayto. y la Academia de Buenas Letras de Granada) y Cronología verde de un otoño (UCM, 2009, Premio Blas de Otero de Poesía). En 2012 su libro Detener la primavera obtuvo el Premio Nacional de Poesía Joven Miguel Hernández, otorgado por el Ministerio de Cultura.

Ha sido incluida en antologías como [in]versas: 44 poetas españolas (Canto Villano, 2014) y ha publicado textos en revistas como Quimera, Nayagua, Piedra del molino, Ellas dicen del MLRS (Manual de Lecturas Rápidas para la Supervivencia) o Mordisco. Una selección de su obra ha sido traducida al griego.

Es licenciada en Filología Francesa por la Universidad Complutense de Madrid y máster en Estudios Avanzados en Historia del Arte por la Universidad de Zaragoza, con una tesina sobre graffiti, arte y poesía urbanos. Como profesora de literatura en secundaria, ha vivido en diferentes destinos de la Francia metropolitana y de ultramar.




Línea 6

Todo lo que merece algo la pena
es circular. Tus pupilas.
Los neumáticos de aquel Seat Ibiza que tuve,
ya sabes: tus pupilas y las aceitunas
y aquella tarde en Ávila con Santa Teresa.
Cuando volví a encontrarte,
llevabas un anillo en el dedo meñique.
Me dejaste probármelo. Yo estaba mareada.
Gilipollas. Todo lo que hemos sido,
la forma en que estuvimos una junto a la otra,
nuestro amor, todo y nada, es circular.
El recuerdo. La samba. Carteles
de Se Alquila por la glorieta de Bilbao.
Todo lo que te quise.
La línea seis del metro. Estas ganas de hablarte.
La espera: circular.




Plegaria para la estación de los ciclones

Me dijeron: de alguna forma Dios sangra en todas las tormentas.
Y a su carne le rezo,
a las palmas broncíneas de su dolor les rezo,
porque toda oración es un complejo de poema,
porque todo poema es un cuerpo desnudo y un hechizo y la magia
es el nombre de pila del Señor.
No importa cuál de todos. Las cóleras de todos los dioses
se parecen.

Me dijeron: no importa que tu sudor sea invisible,
también para los celtas negros de corazón habrá un hueco en el arca de Noé.
Y me pasaré agosto rezándole a los cuellos mansos de las jirafas,
nubes como palmeras. Quisimos abrazarnos
igual que sus raíces, pero la luna salió de su volcán y nos jugó una mala fábula,
tenía un zorro dentro y no soltaba el cáncer
de la fruta con látigos.
Yo le rezo a los látigos, la sangre de los látigos
y la leche de coco en los látigos de amamantar panteras.
Yo le rezo a la lava.
Yo le rezo al café.
Yo les rezo a las aspas milagrosas de los ventiladores sin precio de los bazares árabes de Basse-Terre.
Yo les rezo a la lima y a los borrachos de los embarcaderos, una sola mirada
y adivinan cuántos besos con lengua
has dado en tu vida y cuántas veces cerraste
los ojos para darlos,
cuántas monedas te enferman todavía los bolsillos.

Yo le rezo a las olas con tiburón y a las cucarachas y a Vishnú.

Me dijeron: puedes tener miedo. Rézale al miedo.

Y eso hago. En la noche inundada, de rodillas,
voy rezando mi vida en Duracell, que es un santo y el nuevo criollo
de los blancos con padres superhéroes barbudos, padres que daban rabia
y están lejos y a quien pedir perdón
y conocer-
amar
antes de no morir.




Los perros

Estoy llena de perros.
Tienen grandes cabezas y cabezas oscuras, todas llenas de dientes,
hambre todas. Estoy llena de perros,
preñada hasta las cejas de perros con cadenas,
pero no me dan miedo. Soy hectáreas y hectáreas de docilidad para la espuma
contagiosa. Y me retumban.
Un océano de perros mariachis de perfil ladrándole
a la luna aquí en mi útero.
Yo les grito: SIT !
Y ellos ladran peor, porque tal vez les va la muerte
en ello. Le ladran a la luna, pero la luna sana está escribiéndose
por el otro hemisferio del dolor. Luego les grito:
¡Lorca!
Pero no. Tampoco. Ladra que te ladra.
Y me miran
con los ojos tapiados por la rabia,
como diciéndome: es la sangre. Como diciéndome:
quiérenos, o te muerdo.




Miss Trois Rivières

Los negros están solos.
Un poco más, peor. Solos con su negritud y sus poetas
negros que mandaban metáforas
como quien firma una postal desde París.

El concurso de Misses en Trois Rivières, por ejemplo.
Le han puesto banderolas a la plaza
y un látigo
de seda sobre los pechos que aún no tiene
a la reina en trikini de los solos. Hay que adornar la soledad.

La soledad se exprime.
La soledad se canta.
La soledad se come.

Hay que ponerle samplers para incendiar el valle
y gloss
y océanos de azúcar
y tanta precolombina soledad,
tantos siglos sin faros y al óxido en la quilla.

La soledad es el gran río que se bebió a nuestros ancestros.

La soledad se saca en procesión.

Están solos los negros,
solos con sus gwoká y su Frantz Fanon, soledad
por los monstros de los monstruos y amén,
lo mismo que los blancos. Pero
al menos la bailan.






AUTO-PORTRAIT

Está claro que no soy François Hollande. Los supermercados BIO me ponen triste. Quisiera hacerme un tatuaje, pero lloro cuando me pinchan. Aunque la enfermera sea guapa. No me acuerdo de lo que sueño por las noches. A menudo, imagino cómo sería mi vida si fuera obesa, puta o yonqui. O todo a la vez. He hecho ballet clásico. Judo. Solfeo. Baloncesto. Pilates. Tirolina. Y un ángel bordado en punto de cruz. No descarto convertirme al islam por amor, algún día. Tengo alergia al polen. Me compraría antes un acuario que un gato. Es verdad que la gente folla igual que come. Me dan rabia los diminutivos. Visité las tumbas de Machado, Proust, Cortázar. Espero no palmarla de un cáncer. Espero no palmarla sin haber dado la vuelta al mundo. Se me dan fatal los bolos. Tengo debilidad por las chicas que trabajan en ferreterías. Me divierten las revistas de cotilleos. Con diez años, jugando a los médicos debajo de un árbol, me tragué una oruga. Nunca he copiado en un examen. Nina Bouraoui escribió una novela que ya no quiero terminar de leer. Los domingos, escucho Radio Nacional y apunto recetas de bizcochos. Todas las plantas se me mueren. Salí algún tiempo con un heavy. También con un neonazi. He perdido dinero jugando al Blackjack en un casino. No plancho mi ropa. No como carne roja. No doy limosna a los mendigos. Soy incapaz de hacer el pino. En el otoño de 2006, llevaba el pelo largo y recité versos de Valéry en el puerto de Sète. Odio los chándales. Odio la bandera de mi país. Stendhal me aburre. Me canto nanas a mí misma cuando no puedo dormir. Creo que las pelirrojas son crueles. Que yo sepa, nunca le he salvado la vida a nadie. Estuve enamorada en secreto de mi profesora de francés. Escribo libros que mis amigos no leen. Suelo perder las llaves de todos mis diarios y encontrarlas años después. No celebro San Valentín. Me da risa la música country. Me da escalofríos imaginarme embarazada. He tomado pastillas. Me pregunto si las hadas existen. Me pregunto si soy buena profesora. Si soy buena, sin más. Les he pedido milagros a santos en los que no creo. Ojalá supiera pintar. Dice mi madre que soy una manirrota. Cuando estaba en el instituto, llevé durante una época camisas de chico y pantalones de camuflaje. Pienso constantemente en comida. Me gustaría asistir a un rodeo. Descubrí hace poco que puedo ser celosa. Mi plan B sigue siendo hacerme policía. Recuerdo perfectamente la primera película que vi en el cine. Recuerdo perfectamente las manos de todas las personas con las que he dormido. En el verano de 1992, sospechaba que mis vecinos eran vampiros y estuve con mi hermana en el Estadio Olímpico de Barcelona viendo a Rebollo encender el pebetero con su arco. Mi récord sin ducharme está en cuatro días. Ya no me siento capaz de traducir a Homero. Colecciono graffitis. A veces, me sorprende tanto que me quieran.




THE HOUSE AMONG THE ROSES (Monet, 1925)

Todos la señalaban con el dedo, asentían,
se alejaban para observar mejor, muy fijamente,
como niños siguiendo una cometa por la playa.

Una mujer incluso usaba unos prismáticos,
muy seria y sigilosa, la cabeza inclinada,
igual que si escrutase un mapa falso del tesoro.

Yo me sentía imbécil. Recuerdo que pense: quizá
la casa entre las rosas esté fuera del cuadro,
donde nadie la piensa,
allí donde se nubla tu mirada.
Quizá hayamos perdido el tiempo buscando el animal,
nunca su sombra;
el destello del sol sobre la fuente, no la sed.

Seguí pensando un rato, como ciega,
mientras los japoneses sonreían.

Porque tal vez la casa sólo fuera las rosas
y aquel cielo turquesa,
alegría compacta y lumbre fácil.  

Hoy creo que la casa entre las rosas siempre fuimos
nosotros. En su busca.




TOCARTE

Tanto poema por no poder tocar,
tener manos pequeñas para tu corazón.
No alcanzo aquel columpio de las fotografías,
universo simétrico, las dobles
sombras rubias. Te recuerdo pasando las hojas
de tu vida. Y una nube de té.
Entonces nos conocíamos apenas.
Tampoco eso ha cambiado, ni mi altura:
es demasiado el aire y yo no alcanzo,
no alcanzaré jamás a darte agua.
Créeme si te digo
que no quise tocarte de otro modo.
Como quien llena un vaso,
como si de tus sueños dependieran
los nenúfares. La piel
nunca fue lo importante.




KORTRIJK (BELGIUM)

Puntualidad anónima del frío,
color raro y veloz de agosto en los cristales;
arboledas que estabais en mis cuentos de infancia,
al fondo de mis sueños.

Va conmigo mi madre, los ojitos cerrados,
como si el horizonte
fuese un mundo que se lleva por dentro,
un don o una promesa.
Una herida.

Las llanuras ensanchan la memoria.
Igual que los molinos hacen grande el valor,
o la locura.

Mi madre está a mi lado, cansada, en este tren
azul, hacia algún norte. Europa es este río,
caudal profundo y blanco que nos cruza en silencio.
Y el revisor lo sabe,
sabe que estamos tristes, con la lengua quemada,
que somos extranjeras de un instante pasado.

Que viajamos con nieve,
nieve vieja y manchada, como un recuerdo muerto.
Hielo en el corazón y los zapatos.




EXCUSATIO NON PETITA…

Dicen que la distancia hace el olvido.
Yo te digo: perdón.
Por llenarte la cama de papeles,
no saber combatirme de otra forma.
Por todos los kilómetros sin música,
de morros, los pies fríos, invierno sin planchar.
Perdóname también por las lentejas,
esta fobia a la sangre y las arañas
y la lejía y los ambulatorios.
Porque solté tu mano al desmayarme.
Nunca quise: perdón.
Perdón por espiarte los mensajes del móvil,
fisgar en tus bolsillos y cajones;
porque rompí una foto de tu exnovia.
Por los escaparates y las cursiladas
y el VIPS y los portazos. Perdóname.
Y perdona, también, a mi dentista:
en el fondo, es su culpa. Perdónanos
si no supe morder bien.




ÁBRETE, SOL

(Tío Pepe, una fotografía de Alberto Concejal)

Hoy quisiera volver. Quiero decir:
volverte a ver volver.

Corazón de Aladino, ¿no te habrás olvidado
de las palabras mágicas,
hechizo para hablarnos como aves,
morder sin gravedad?

Bajabas por Montera, tobillos de neón,
todo el aire del mundo en la cintura.
Yo te esperaba junto a la tienda de abanicos.
Aquel era mi oficio: la paciencia,
pasar mil y una vidas
destejiendo una alfombra con tu nombre.

Hoy quisiera volver, ser otra vez tu lámpara.
Llevo aquí dentro el sol,
volvería a decirte. Y después:

Frótame.

Madrid nos debería tres deseos.







Caprichosa

Todo empezó de niña.
La abuela te sacaba de la mano
por Gran Vía, con los leotardos nuevos,
inmune a todo frío. Casi todo.
Siempre te detenías frente al escaparate
de las muñecas caras, imposibles.
Y entonces, la punzada. Las ganas de gritar,
desgarrarles los trajes de princesa,
mía-o-de-nadie-se-mira-pero-no-se-toca.
Pegabas tus dos guantes al cristal, suplicabas,
rezabas, suplicabas.
Sólo una vez, Jesús,
sus bucles pelirrojos, una vez.
Pero jamás llorabas. Eso no.
Que los ojos prohibidos
nunca vean tu llanto, no sepan de tu fiebre.
Amar a quien no puedes conseguir.





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